Esto no es lo mío… tanto frío, tanta lluvia… todos los años lo mismo. Y es que el invierno y yo no nos llevamos muy bien. Intento sobrellevarlo como puedo, pero cada vez que salgo a la calle no puedo evitar pasar un mal rato, así que para reducirlo todo lo que pueda tengo que tirar del abrigo más grueso que encuentro, bufanda, gorro y guantes. Y para dormir no digamos. No es que haga especialmente frío en mi casa, pero es que es meterme en la cama y los pies se me convierten en dos bloques de hielo y así no hay manera de dormir. Así que duermo con un edredón nórdico que compró mi hermano pero que me regaló porque decía que pasaba un calor de tres pares de narices. Pues yo no solo no paso calor con él, sino que además me acuesto con pijama de invierno y calcetines. Mi familia se ríe de mí por ser tan friolera, pero ¡qué queréis que le haga! Es llegar el invierno y las manos se me quedan heladas permanentemente, hasta que vuelve la primavera. Creo que no me funciona muy bien el termostato.
Pero cuando duermo acompañada intento hacerme la fuerte. Hay que estar sexy, así que me olvido del pijama y los calcetines y me pongo a dormir en tanga tan pancha. ¿Frío yo? Eso es un mito, hombre! Aunque también es cierto que nunca paso frío cuando comparto cama con un hombre. No sé si será por el tema del calor corporal que desprenden o porque me caliento automáticamente de tener a un buen maromo al lado. Cosas que pasan.
Esta noche, como no tengo quien me haga compañía tendré que ponerme los calcetines. Lo bueno es que ellos seguro que no te despiertan. Lo cual me recuerda que tuve un novio que hablaba en sueños. Las primeras noches lo pasé fatal porque pensaba que estaba despierto y, como no entendía nada de lo que decía, no paraba de preguntarle qué narices me estaba diciendo.
Una noche, que debía de estar más muerta que viva, me quedé dormida cuando él tenía ganas de marcha. Él se durmió también pero, en mitad de la noche, me despertó hablando en sueños. Lo curioso del asunto es que entre el balbuceo sin sentido que emitía, escuché una frase: “¡¡Ya veo que ésta noche nada!!” y alguna que otra palabra no muy bonita que deduzco iba dirigida a mí. Me dejó loca.
Al día siguiente él juraba y perjuraba no acordarse de nada pero se tiró media mañana riéndose de sus floridos comentarios nocturnos.
Nada, que en el fondo lo mejor es dormir sola…