Suelo presumir de ser una persona que cuando quiere algo va a por ello y lucha por conseguirlo. Siempre he tenido un tanto de fama de mujer fatal y que no se corta un pelo en decir lo que piensa. Más de uno ha terminado rojo como un tomate y sin saber dónde mirar por alguno de mis comentarios algo subiditos de tono. Pues bien, se ha cruzado alguien en mi camino que me descoloca completamente. Delante de él me quedo desarmada y no sé qué decir ni qué hacer.
Me gustó desde el primer momento en que le vi. Esa sonrisa descarada, esos ojitos de niño bueno y ese cuerpo de escándalo se metieron en mi cabeza y se quedaron allí grabados.
Le conocí en un garito en el que él trabajaba y yo acudía con mis amigas a pasar el rato. Siempre que nos veíamos me saludaba y me soltaba esa sonrisilla que tanto me gustaba. Pero no le vi durante mucho tiempo, cambiamos de bar de moda y dejamos de encontrarnos. Hasta que tres o cuatro años después volvió a cruzarse en mi camino cuando resultó que nos apuntamos al mismo gimnasio. Él se acordaba de mí y siempre charlábamos un poco y nos contábamos nuestras cosas. En ese tiempo tenía pareja y nunca se me pasó por la cabeza intentar ligar con él, pero me parecía el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo.
Al cabo de los meses tuve que dejar de ir porque mi agenda no me lo permitía, tenía mil cosas que hacer y no me quedaba tiempo para mí, así que estuve como un año sin aparecer por allí. Ahora he vuelto, estoy soltera y él otra vez se ha cruzado en mi camino.
Hemos vuelto a las charlas, a las risas y, de vez en cuando, coquetea conmigo. El problema es que no soy capaz de responderle. Me río, cambio de tema… lo que da la impresión de que no tengo ningún interés en él, cuando me ocurre todo lo contrario. Me pone nerviosa y no sé reaccionar, me bloqueo y busco la manera de salir de la situación. Puede parecer estúpido, pero me pasa y no me había ocurrido antes. Normalmente le hubiese dado a entender claramente que estoy interesada en él, pero me veo incapaz.
La semana pasada me levante una mañana diciéndome que ese iba a ser mi día, que me iba a plantar delante suyo y a decirle que me muero de ganas de comerle. Cuando le tuve delante me desinflé y terminé como todos los días, sin decir nada y sintiéndome imbécil, como si no fuera más que una quinceañera acobardada.