Ayer estuve dando un paseo por mi Universidad. Sí, tanto tiempo deseando perderla de vista y ahora me voy allí por amor al arte, pero ha sido mi forma de despedirme. Sé que tendré que pasarme alguna vez por allí pero, como nunca va a volver a ser igual que antes, esta ha sido mi forma de decirle adiós (o más bien hasta luego) a todo lo que he vivido entre esas paredes, bueno o malo.
Estoy en un momento de incertidumbre porque, por un lado me moría de ganas de tener por fin el título y hacer cosas nuevas, pero por otro me siento como una niña abandonada a la puerta del colegio, pensando ¿y ahora qué?
Que sí, que toca buscar trabajo, pero nunca he tenido del todo claro hacia cual de las diferentes orientaciones de mi carrera arrimarme y sigo exactamente igual. El otro día un ex-profesor me preguntaba en qué me gustaría trabajar y mi cara debió ser un poema, sólo supe decirle: “no sé, es que ando un poco perdida”. El tío debió pensar: “Pues muchacha, ya va siendo hora de que te decidas”, pero no lo dijo, se limitó a comentar que si necesitaba algo me pasase por el departamento.
Luego están los tres o cuatro personajillos que se empeñan en amargarme la vida y ponerme los nervios a flor de piel metiéndome prisa con que empiece a mandar currículos. Que se pensarán que porque me repitan las mismas frases todos los días les voy a hacer más caso, pues no, lo único que van a conseguir es que los mande a la mierda y me quede tan campante.
Pelín indecisa que es una… y pelín pesada que es la gente.